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jueves, 8 de noviembre de 2012


En los Cánones de la Locura









No es fácil asumir que alguien está conscientemente insano, poco lúcido o, sencilla-mente, demente.

          Mi historia relatará a continuación por qué debo ser internado. A qué se debe mi falta de dogma para que un ángel tan misericordioso insinúe que ni siquiera va a perdonarme nada de lo que, sin llevarlo a cabo, actué en tentar a la zorra de la parca a que me indicara el camino del suicidio. Bien. Teniendo muy presente los síntomas nerviosos y mentalmente incompetentes que hay dentro de mí, he debido plantearme mi decisión de forma contundente, sin reparar en tontas repercusiones o arrepentimientos, que sé, muy de la mano de mi debilitada psique, que padeceré de llegar el momento y la oportunidad inherente de echarme atrás en mi cometido.

          Mathew me han llamado desde que tengo conocimiento de ello, mis padres me... digámoslo así, «crucificaron» sin mucha justificación que lo pudiera secundar. Es cierto que ambos están muertos. También es completamente verídico que fue mi madre la que, una vez difunta, me inició en el arte de la autodestrucción moral. Lo sé de antemano y lo lamento, pero no le debo ninguna de las disculpas que deberían hacerla descansar en paz. Me arruinó la existencia, devorando mi niñez y terminando de trastornar mi adolescencia, hasta tal punto de acabar cosechando en mis más impuros y candentes instintos el tremendo ímpetu por el goce y santo placer de la carne fresca; dulce y humanamente sensible de la jovencita más hermosa y tierna. Necesito la guerra para poder evitar desatar la ira que me mantiene preso y que, no sé por cuánto tiempo podré si quiera controlar. Me incitan a tenerlo presente, me esclaviza el sólo hecho de poderlo saborear y quererlo masticar hasta ingerirlo. La sangre apesta en mis venas, fluye de manera salvaje y contaminada, secretando en cada herida que me infrinjo un pequeño esputo fétido que se derrama de mis brazos y pecho hacia el suelo, haciendo que segregue más endorfinas que me llamen a continuar con mi sanguinaria autoseducción dañina. Por favor, ¡por el amor de alguna extraña divinidad terrenal! ¡Joder...! Ayúdenme...

          En la habitación donde me encuentro no estoy provisto de material alguno para poder reclamar mi muerte. Mi mejor amigo, Roberto, no quiere que vaya a su piso porque sabe que acabaré con sus nervios, obligándolo a ofrecerme un cuchillo o cualquier utensilio filoso con el que quitarme de en medio. Necesito gritar, quiero follarme a la vecina del primero y a la del quinto quien es su mejor amiga, quiero hacerlas sufrir tanto para tener un orgasmo como para llorar por ellas; si merezco sentir dolor, hacerlo de una puta vez, ¡os lo suplico! 
         Mi mayor repudio es el no haber asesinado a mi madre con las manos que quieren rebanarme el pescuezo o hacer encañonar una bala al interior de mi cráneo. Anhelo que me sellen, que dominen mi sola mentalidad abandonada a su suerte, pido la extremaunción por los pecados que sé que quiero cometer y que haré, de ser demasiado tarde.
          Reconozco que he sido alguien repugnante, repulsivo y arrogante; una escoria que no debe seguir haciendo sufrir a nadie, pero... a pesar de ello, reivindico una cura. Si por tal nadie parece lograrlo, me veré sentenciado a vivir contra la humanidad, bajo mi lecho. Con una amargada soledad y en estrecho punto de mira de odio hacia todo aquello que quiera ser feliz. Comprobarán el alcance de mis pesadillas y a lo que pueden llegar a ser capaces mi sueños, todo ello en la más mísera y degradada realidad que atisben los ojos de aquel que mire o aquella que intente gritar. Porque... seré en vida un psicópata desaprensivo y miserable perro prácticamente muerto, sin embargo, allí donde nadie conoce la desdicha porque nadie la ha podido comprender ni vivir, me conocerá a mí; sabrá que si en su puta vida a conseguido destruirme, en mis dominios sólo obtendrá el dolor de mis alaridos y el placer de ser participe de uno de mis pasatiempos preferidos: ver el miedo en su corazón y desmembrarlo hasta fallecer.

         ¿Mi nombre? Lo conocéis..., pero mi vida todavía no; cuente lo que os cuente, no os aconsejo que la experimentéis, pues... Es hora de dar comienzo a vuestro infierno... Felices sueños.